viernes, 23 de noviembre de 2007

LA REALIDAD REAL.

Para aquellos secuaces, mimados por el analfabetismo, a secas, el clientelismo, la misoginia y el machismo de ambos sexos, la envidia congénita heredada y la macarra finisecular principios de éste, existían tres clases de individuos en sus países de origen respectivos. A saber: la chusma, el poblacho o populacho, el noventa y siete por ciento de la población, plazas y barrios de donde habían salido y, por la misma razón, a los que halagaban en público y despreciaban en privado, por motivos estrictamente diplomáticos.
En segundo lugar se encontraban los que tenían cierta clase, el dos por ciento de la población, a cierta distancia del populacho pero que no habían alcanzado el estado idóneo de putrefacción personal, moral e intelectual, aunque había quien albergaba ciertas esperanzas, pues ya había aprendido a distinguir, copiando y disimulando mucho, superficialmente y en los casos anormales, la diferencia existente entre lo que significaba leer y comprender a Spinoza o simular serlo o entre leer a Steiner y saber lo que quiere decir Steiner cuando escribe. Éstos eran utilizados, en las ocasiones especiales de protocolo, para disfrazar la realidad dedicada a las minorías intelectuales inexistentes en el país o los países, pues convenía mantener aquel estado de irrealidad. El resto de la población perteneciente a esta clase era contratada, si se terciaba y se dejaba en los momentos de debilidad juvenil, bucólico-pastoril, dada la escasez de trabajo cualificado y sin cualificar por aquellos pagos, para realizar los trabajos sucios de charcutería o carnicería, en puestos a dedo, inventados, además de los no menos complicados trabajos de chanchulleros, chapuceros, ninguneadores, profesionales de la profesionalidad, gestores de la gestión gestionante, vigilantes de felicidades ajenas y de ciertas chicas que no van con ellos porque tienen muy buen gusto.

Por último o en primer lugar se encontraban los superclase, ellos, en exclusiva, en versión original, según ellos y ciertos personajes del gamberrete de Quentin Tarantino, que los dejó inmortalizados, para gloria y plagio del país y/o los países. Así pensaban. Así actuaban. Así se manifestaban. Salvo algunas excepciones que irían en aumento hasta desbordar todas sus previsiones. Sin duda. Sin embargo, de momento, y seguiría vigente durante un tiempo, - interesaba mantener a la población anestesiada, idiotizada-, quienes cuestionasen aquellos datos estadísticos serían encarcelados en la torre de los cuerdos, acompañando a un tal Kevedinsky, que viejo y enfermo dejó escrito:
“...Fui traído en el rigor del invierno, sin capa y sin comida, de sesenta y un años de edad, a este Convento Real de San Marcos, donde he estado todo este tiempo, en rigurosísima prisión, enfermo de tres heridas, que con los fríos y la vecindad de un río que tengo por cabecera, se me han cancerado, y por falta de cirujano, no sin piedad, me las han visto cauterizar con mis propias manos; tan pobre que de limosna me han abrigado y entretenido la vida. El horror de mis trabajos ha espantado a todos.” “De ahí, -decía Marta-, mi radical optimismo”.